domingo, 21 de diciembre de 2008



Nuestro Nido




El frío de la espera me cala los huesos. El no saber si estás como siempre, me derrumba. Tiemblo ante la posibilidad de que la noche sea eterna. De caer en el vacío y que no haya nada más abajo. Tiemblo de pensar que mis alas van atravesar el aire, sin más barreras que la de mi pensamiento. Quiero permanecer en este nido de plumas que construiste para mí, necesito su tibieza, necesito la seguridad de saber que puedo ir y volver y siempre me vas a recibir…

Te dí mi canto, ¿ lo recuerdas? Te acuné en los atardeceres de primavera cuando en vuelo mortal descendiste de la montaña en llamas, buscando amparo bajo mi plumón suave. Emigré a tu nido despojada de toda carga, dejando tormentas de lado, para sentir tu trino una y otra vez, tu llamado. Me adormecí en ti suavemente, intentando que te quedaras y me estremecí con el paso de la bandada que te llamaba para que volaras libremente sin detenerte. Permanecí allí, tal vez no busqué el alimento que tú esperabas, ni me atreví a cruzar la frontera como deseabas, porque aunque somos aves los dos, tenemos distinta velocidad de vuelo… Me vinieron a buscar una y otra vez los de mi especie, pero te preferí sin dudarlo.

Y ahora estoy aquí en esta noche gélida, al borde del nido… Me adelanto unos pocos pasos para volar, pero no puedo, sé que no debo abandonar este nido aunque estés lejos. Sé que si me ausento, alguien ocupará este sitio y no quiero. Sé que lo debo cuidar hasta tu regreso, porque en él, tejimos las ansias del nuevo encuentro.