domingo, 30 de junio de 2013

I- MIS HIJAS y el presente fruto de un pasado ( 2 )


Las madres solteras solemos tener hijos, por eso lo de madres y si somos solteras es porque esa ha sido nuestra elección de vida y no necesariamente porque haya decidido  concebir sin un hombre a mi lado. El hecho es que estuve enamorada de un hombre durante los primeros tres años de mi vida de casada, que se sumaron a otros tres de convivencia libre sin papeles que sumados dan seis años, posteriormente se sucedieron doce años de declive emocional de la pareja. Durante aquellos dieciocho años de convivencia, ni imaginé que a día de hoy y después de cinco años de distancia, me sintiera tan bien sola. 
Una cosa es vivir solo y disponer hasta de la forma en que se va a comer, otra muy distinta, es vivir con hijos adolescentes y mucho, pero mucho más distinta si los hijos, son de sexo femenino.
Mis hijas nacieron en momentos muy distintos de mi vida junto a quien es su padre. La mayor, Candela, tiene diecinueve años, así que podéis ir sacando cuentas. Fue concebida después de la fiesta de bautismo de su prima, una preciosa tarde de agosto. Afuera el viento soplaba gélido, dentro, dos cuerpos se unían cálidamente sin pensar en nada más. Siempre digo que la calculadora se nos quedó sin pilas y que después de consumar el hecho, cogimos lápiz y nos dimos cuenta de que a veces, las cuentas hay que hacerlas antes y mejor a mano.  Tenía casi treinta años de edad, vivía sola, en un piso pequeño, muy iluminado, desde donde se veía el parque inmenso, casi bosque, donde se situaba la escuela primaria donde trabajaba como maestra, en una de las zonas más bellas de mi ciudad. Él, era tres años más joven que yo y provenía de una familia acomodada de la ciudad. Sus peleas familiares le hicieron tomar la desición de trasladarse a mi piso y a partir del momento en que supimos que "estábamos enbarazados", comenzaron los problemas. Que nuestros padres aceptaran "lo sucedido", conseguir una casa donde criar a quien sería nuestro retoño, poner un negocio que fuera lo suficientemente rentable como para mantener a la familia, etc. Todo esto que ahora parece tan normal, hace dos décadas y en un país del sur de América, era poco menos que pecado de vida. Convivir sin papeles, libremente, entrando y saliendo cada uno a su aire, reuniéndose con quien mejor se nos diera la gana, no fue lo mismo que hacerlo con todas las de la ley.  Tener que respetar el momento del embarazo, unas comidas a horas determinadas, el dejar ciertos vicios por parte del hombre de la casa, el entender que hay que guardar dinero con visión de futuro, que hay que estar ambos en función de quien va a nacer, hicieron de esta época algo sumamente estresante y en este clima de acomodamiento de pareja, intentando olvidar egoísmos en pro de un futuro de a tres, nació ella. Preciosa criatura, frágil, etérea, la "mariposa". Candela. Candela no fue esperada, pero sí muy deseada. A mis casi treinta , sabía bien que era el momento en que quería ser madre, lo que sucedió después, lo de la calculadora no fue premeditado, pero en lo más profundo de mi ser, evidentemente, las cosas se conjugaron de modo tal que aquel deseo se hiciese realidad. Yo estaba preparada para asumir el rol, su padre no. 
Candela se crió en una etapa de cambios. Los cambios desequilibran. Las relaciones se resienten. La comunicación en la pareja se vio afectada, los gritos mientras se formaba en el vientre se sucedieron en los tres años de su vida en la tierra. Candela forjó su carácter de niña tímida, retraída, pero a la vez con fuerza y valentía, en el seno de una familia  donde el que gritaba más fuerte era quien más mandaba.  Tremendamente respetuosa, no daba un paso sin pedir permiso. Sumisa, dócil, educada, apenas se la podía oir. Pasaba apenas rozando la vida y así creció, hasta convertirse en una bella mujercita de diecnueve años, que aún no sabe muy bien lo que quiere, que busca sin encontrar, que encuentra sin buscar. Rodeada de pocos buenos amigos y de muchos libros que gracias a sus blogs conectados con editoriales, recibe gratuitamente y comenta semanalmente. Todavía no ha encontrado su camino en la vida, sabe muy bien que tiene que forjarse sola el futuro  que su madre no le puede dar, pero la toma de desiciones acertadas, todavía le juega malas pasadas con respecto a los estudios.
Lara tiene catorce desastrosos años. Una vida acomodada, relajada que disfrutó hasta sus diez años. Unos años de buena vida en compañía de un padre que se dedicó a ella y compartió con ella, transmitiéndole su pasión por el baloncesto. Sólo vivió dos años en América del sur y puede decirse que despertó a la vida en Europa y así, se crió en un pueblo que la acogió y sostuvo. Una familia que la protegió, un pueblo que la acunó. Lara es el polo diamentralmente opuesto a Candela. Caprichosa, inmadura, siempre dispuesta a jugar, atropellada, nunca preparada para estudiar.
 Entre ellas me encuentro, un poco cómplice, a tientas siempre. Cuando se tiene hijos, nunca se deja de descubrir. Y por mucho consejo que haya dado en mi vida como maestra a familias que en su momento los necesitaron, hoy, no los encuentro dentro mío para mi relación con ellas  y me doy cuenta que no sólo nos vamos haciendo padres en el camino, sino que, nadie nos puede aconsejar, porque lo que sirve para unas relaciones, no sirve para otras. Porque las situaciones que he vivido, son mías, y el vecino, siempre dispuesto a dar una palabra de orientación, vive una realidad muy distinta, haciendo huecas para mi, las palabras que siente llenas de sabiduría y experiencia.

"ELLAS..."



Ella, la primera, la que vino sin pedir permiso. La que irrumpió en mi vida sedienta de mi ser. La que se aferraba a mí quitándome el sueño a cada requerimiento… La que vivió tormentas sin pedirlas, la que escuchó los truenos sin desearlo, la obligada. 

Ella, la que me dio su sonrisa, por la que me desviví para que fuera siempre la rosa… Ella, la que se quedaba complaciente esperando, observando cada paso, como pidiendo permiso, con esa timidez, con esa candidez, con esa delicadeza … 

Ella, como jazmín de mi jardín, etérea. Como mariposa dispuesta a posarse en cada flor, dispuesta a dejarse llevar por la brisa… Como hoja al viento, como gota de agua en lluvia de primavera… 

Ella, la que no demanda, la que hace y deshace a su antojo, la que derriba sola puertas y paredes, la que decide, la que atropella olvidando todo lo que hay a su alrededor, la que desgarra, la que habla con palabras que desarman senderos. La que remueve las malezas para hacerse camino, la que batalla, la que guerrea, la que se forja en la selva de la vida a expensas del peligro, sin miedo, en soledad… 

Ella, la que navegó por los océanos de la calma, la que sintió la seguridad de unos maderos que flotaban por la suavidad de ese mar en reposo. Ella, la que se hizo a la luz en un atardecer estival, la que exigía ante cada necesidad, la que reía, la cautivante… 

Ella, la que experimentaba, la que disfrutaba y gozaba de cada instante… La cruel déspota que dominaba al mundo con su sonrisa o con su llanto. Ella, en su inquietud permanente, en esa necesidad íntima de caminar siempre por la cuerda floja, pero pidiendo a gritos que la sostengan… Ella, el torbellino, la que me gira en cada abrazo, la que me besa, me acaricia, la que me da su calor constante, mi compañera. 

Ella, que se va y regresa a cada instante. Que elige el vuelo y la distancia, que se limita, que pide a gritos la suavidad del nido. Que no entiende de caídas, que sufre antes del sufrimiento, que teme antes del temor… 

Ellas, tan distintas, tan amadas. Ellas, que no pueden entender que el amor es compartir, es convivir, es discernir, deliberar para luego, acordar… Ellas, capaces de chocar cual planetas desafortunados, ante la mirada atónita y agonizante de una estrella que intenta iluminarlas… 

Ellas, que agreden, que se imponen entre sí, que discuten por la primacía, que reprochan el amor. Capaces de destruir los cristales en pos de lo que cada una desea y determina. Ellas, intentando despegar hacia un cielo cambiante, hacia un cielo que no sólo las acogerá entre nubes de algodón. 

Tan sólo ellas, que no entienden que en este enfrentamiento de flechas sin dirección, una paloma que no ven, es clavada en cada parte de su cuerpo y se desangra. Ellas que no notan al duende que las protege, continúan en una guerra sin sentido que sólo Dios sabe cuando acabará. 

Ellas, mis amadas…

PRÓLOGO- REGALO ( 1 )



Comienzo  a escribir hoy, como podría haber comenzado cualquier otro día de esta vida común de madre divorciada. A veces digo de "madre soltera", porque hace tan largos cinco años que "fui" a quien fue el padre de mis hijas de casa, que la palabra "divorciada" me suena a recién hecho, me suena a acto recién consumado. Así que soy una orgullosa soltera madre que intenta llevar una vida digna, en un momento crítico de la vida del país donde vivo y del globo terrestre en general. 




Tengo cuarenta y ocho años, el mes que viene "casi" cincuenta. Mi vida orgánica, "biorrítmica", me ha tratado lo suficientemente bien como para que todavía no haya entrado en la menopausia o tal vez sí, pero la verdad es que aún no tengo los síntomas que debiera. Lo que sí sé es que a veces quisiera dejar de preocuparme por tener siempre un paquete de compresas en el estante de mi baño, sobre todo para no pasar por el mal rollo de tener que estar alerta del día que es y que justamente me coincida con la noche de lujuria que espero tener. Este momento de incertidumbre orgánica, la verdad es que me pesa bastante, más cuando pasados dos meses "sin regla", festejé interiormente mi menopausia junto con mi "diosa interior", que sentía el momento de liberación, pensando en que no me podía llegar en mejor momento, porque aún se sentía joven y con deseos de vida, y de "buena vida", se entiende (aquí, debería aparecer el iconito de guiño de "facebook"). Y dije "pasados dos meses sin regla", porque hoy día, vuelvo a estar con ella.  Por otro lado hay un miedo en mi, una angustia lógica de mujer joven. Sí de mujer joven de casi "cincuenta" y es el de que mi cuerpo cruce la barrera "inexorable" y  que todo lo que aún poseo naturalmente, sin cirujías y con apenas el uso de una crema reafirmante para el cuerpo y una hidratante para la cara, de esas baratas compradas en el súper, vaya a parar al trastero de las cosas muy usadas.
 En síntesis, aún con mis "casi cincuenta" me siento una mujer apetecible, casi sin arrugas, buena delantera, piernas firmes de las rodillas hacia abajo,  mínima flacidez de las rodillas hacia arriba,  que come lo más sano que puede, que se da algún gustito de vez en cuando, cuando no un atracón de tarta de chocolate o helado de stracciatella o bombones para Navidad, pero que después se sitúa en que a cierta edad, más vale prevenir que curar y recomienza con las lechuguitas, tomatitos y demás alimentos que se supone reequilibran la balanza. Soy vaga para hacer deporte, lo tengo asumidamente reconocido de toda mi vida, vaga para salir a caminar, al punto de que cuando era joven, hace una veintena de años, para no quedarme atrás y dejándome llevar por la idea de que "tenía que hacerlo, porque era lo que debía", me impuse hacer un curso de dos años de fitness, porque pagaba caro y además de esforzarme por ser la mejor, debía estudiar y examinarme para aprobar. El hecho de tener que aprobar, me hacía sentirme en la obligación de cumplir.  Sólo así, a base de caña, me fue posible ser consecuente en lo que hoy, no puedo conseguir por voluntad propia.
Lo único realmente preocupante es mi cabello, que cada veinte días tengo que teñir, porque o los productos de cosmética capilar son cada vez peores, o mis canas aparecen con mayor rapidez y no coinciden con los treinta días de duración que promociona el producto. Mis canas son quienes me recuerdan el paso del tiempo por mi cuerpo y ciertos dolores reumáticos que en invierno me asechan. Mi mente, mi espíritu y mi alma, son profundamente joviales, me he propuesto mantenerme en los veintiocho años mentales y no ir más allá jamás en mi vida. De este modo, siempre estaré dispuesta a aprender, a querer saber más, a seguir estudiando, a relacionarme con gente joven y sentirme de igual a igual, a bailar, a reirme de tonterías, a experimentar, a amar, en síntesis a vivir y disfrutar de lo que se me ponga por delante. Tengo una teoría y es que se madura hasta cierta edad, no importa cuál sea ésta, lo demás es experiencia de vida y os la dejo aquí para que la meditéis y tal vez  me daréis la razón, o no.
Comienzo a escribir hoy, treinta de junio del dos mil trece, día del cumpleaños de mi amiga Mattina, que por razones obvias, no voy a nombrar por su nombre verdadero, como tampoco lo haré con ninguna de las personas reales que conviven conmigo o han pasado por mi vida, por una cuestión de total respeto. Voy a regalarte, Mattina, éste, mi primer libro,  que no sé si algún día  editaré o no. Éste es mi regalo virtual para ti.  Porque conoces los detalles más profundos de mi vida, conoces mis pesares, sufres cada día conmigo y disfrutas mis alegrías. Porque estás presente cada vez que te necesito a través del chat. Porque me socorres cuando "me incendio", porque despotricas contra quienes me hacen llorar y cruzas los dedos cada vez que quedo con alguien nuevo. Porque me sientes "hermana" aún teniendo hermanos, porque sabes que lo eres, porque no los tengo. Éste es mi regalo virtual dedicado a ti, junto con este abrazo cálido a la distancia  que algún día nos daremos personalmente, ¿a que si?.