sábado, 6 de febrero de 2010

MIS DÍAS CON " K" ... I



Mis días con K

La primera vez

Cada salto en el vacío es una cuestión de fe, nunca nada se repite como la primera vez.”- F. Páez

Una noche te conectas para ver tus mensajes en el correo electrónico. Con desgano, con aburrimiento. Con esa sensación de que todo está visto, todo está dicho...

La soledad te acompaña, la de siempre a estas horas. La que pediste a gritos hace un par de años para compartir, sola, con tus hijos... Esa soledad, que, de sentirte tan sola, buscas compartir aunque sea con ese “ser virtual” que está más allá, con ese ser que como tú, busca esa compañía incondicional. No importa de dónde sea, sólo importa su interior... A veces, sólo importa que esté. Sólo te importa saber que del otro lado haya alguien con un corazón que te responda y vibre como el tuyo.

Decides borrar. Todo lo borras. Tienes la libertad de decidir sin pensar en nada. Nadie va a saber, excepto tu determinación, lo que hagas o dejes de hacer con los mensajes que recibes. Porque aquí nadie te ata, ni siquiera las cadenas que odias y que recibes por centenas...

Tu mirada recorre cada renglón con desdén. Más te detienes en uno. Estás apuntada a una de esas redes de búsqueda de pareja, desde donde día a día recibes una y otra invitación a cenar, a charlar, a un café, a … “algo más”. Te has agregado a ella en una de esas ofertas veraniegas que te permiten estar allí, sin pagar -si tuvieras que hacerlo, no estarías-. Entras. La curiosidad te lleva, te conduce, es tu guía. Un click y aparece su cara.

Es mayor -se te ocurre- pero de aquí.

Estás harta de soñar con encuentros llenos de promesas y vacíos de certezas. Estás harta de “realidades” con mala ortografía y de risitas onomatopéyicas.

Es mayor, de aquí y escribe bien.

Te deja un mensaje corto pero que llama tu atención. Revisas su perfil y te encuentras con esos detalles que tanto te atraen. Escucha tu música preferida, realiza actividades afines contigo, parece un hombre sano. Vuelves a mirar su foto y lo observas con más detenimiento.
Sus ojos brillan, hay algo allí. Tiene una mirada entre triste y penetrantemente profunda y su sonrisa apenas se percibe...

Te interesas y contestas su mensaje. El tuyo también es corto, elegante. Acaricias levemente con tus palabras, sabes que tienes ese poder...

Y se suceden los días entre saludos, comentarios, intercambios de correos, conversaciones virtuales hasta que surge la necesidad de conocerse físicamente.

Eres diferente. Ya no te va una cena o una salida a un café. Te mueve lo diferente. Te invita a un paseo de mañana y por la playa... en diciembre. Fría, ventosa y soleada mañana de diciembre en el mediterráneo. Gaviotas y un mar extrañamente en movimiento. Algunos caminantes se detienen a sacar fotografías con sus cámaras digitales y a juntar caracolas...

Caminas a su lado evitando su mirada. A veces te sientes niña en el otoño de tu vida y él te indaga. Lo miras levemente, como al descuido. Te investiga. Te sientes algo turbada y repondes a sus preguntas segura, pero sin darle demasiada importancia a tus respuestas aunque no dejas de ser sincera, abierta, espontánea. Has ido a la cita movida por la curiosidad y por esa conocida sensación de “qué más te da”. “Total, qué le hace una mancha más al tigre...”

Habla. Su voz es cálida, grave, profunda. Camina y habla del mismo y encantador modo pausado, correcto, lento, seguro... Al bajar del coche se ha puesto su gorro tejido en punto inglés color azul y una parka impermeable de esas que cortan el viento de los mares de invierno.

Habla y la charla se torna filosófica. Te induce a pensar. Profundiza en ti, te comienza a movilizar... Una sensación de inseguridad, de soledad, de tristeza te invade. Te ha entrado por los oídos, ha llegado a tu mente y ha descendido hacia tu corazón. Tu vida. Ha tocado puntos extremos, sin desearlo. Ha llegado él o le has dado paso sin proponerlo. Has confesado sentimientos, le has hecho saber que te cuesta soñar, más que tu imaginación es libre y viaja, vuela a gran distancia de ti como una paloma mensajera y regresa a tu mente sólo por las noches. Allí la arropas y descansas. Puedes descansar. Todo lo que te invade de día se adormece junto a ti. Bendita situación de agradecer. Tu frágil cuerpo no soportaría que fuese de otro modo.

Te detienes frente al mar contemplando con tu mirada “de almendras”el infinito. No miras, sólo estás viendo a la distancia, estás viendo con el corazón, no con la mente. Te sientes pequeña en la inmensidad … y débil.

Un viento suave acaricia tu cabello y a la vez lo notas cerca, detrás tuyo. Te huele. Te acaricia apenas el cabello con su cara. Se hunde en él. No era el viento. O eran ambos... Hacía tiempo que no sentías la cálida sensación de la cercanía.

Te rodea con sus brazos fuerte, con seguridad, como protegiéndote, te aprieta contra sí. De repente quedas a sus expensas y lo evitas cuando te busca los labios. Es hora de volver al punto de partida. Sigue la charla, más distendida ahora. Ahora lo miras de frente, te atreves a hacerlo. Su deseo te ha hecho sentir segura de ti misma y una voz desde tu interior te pregunta: “¿por qué no?”. Le sonríes. Te relajas, vuelves a ser tú, con tus ganas de vivir, con tu fuerza, tu energía de siempre, tu imaginación...

Descubres esponjas marinas, tantas. Tan bonitas que no te alcanzan las manos para recogerlas, pero las de él sí. Son grandes, tanto para dar como para recibir, y te ayuda con ellas. Te dejas llevar por el día de sol, las caricias del viento, el vayvén de las olas, la aventura del compartir...

Tu panorama ha cambiado... Tanto que hasta puedes cantar un bolero a dúo mientras él conduce hacia algún sitio que tú eliges donde estar tranquilos y llegáis a la montaña...

La entrada al monasterio. Soledad. Desde allí podéis observar a la distancia la meseta pintada de casas e iglesias, de iglesias y pinos, de pinos y humo de chimeneas, pero os puede más la impaciencia del descubrir al otro. Os interesa más sentir como sabe le primer beso. Ese, tan deseado, como si fuese un fruto prohibido de la madurez. Comenzáis a sentir calor, y la sangre que se moviliza con rapidez por las venas hasta alborotar el corazón, pero los turistas se aproximan y acabáis escondidos como niños que cometieron quién sabe qué travesura...

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