Una
persona, un hombre a la distancia, tuvo mucha influencia en mi
pedregoso camino hacia la separación definitiva. Lo conocí en una
página de chat donde se reunía gente de cierto nivel cultural.
Siempre
me sentí atraída por todo aquello que tuviese relación con la
cultura, con el conocimiento de ideas, con la Filosofía, con la
lectura, la música. Siempre, de jovencita, he sido un ratón de
biblioteca, maravillada con el olor a saber que había sobre las
estanterías y del que me podía impregnar cada vez que quisiera.
Me
crié en un hogar donde el leer y el escuchar buena música se hacía
desde que nos levantábamos hasta que nos acostábamos. Mi padre y mi
madre, sin haber acabado sus estudios secundarios, pertenecieron a
una generación donde cualquier expresión cultural era tremendamente
reconocida y valorada y éste fue el modo de pensar que me alimentó
desde que nací.
A
“él”, lo escuché hablar -en realidad escribir- pero como para
todos quienes nos comunicamos por chat, el decir y el escribir, se
nos funden en el pensamiento. Tengo la suerte a día de hoy, de
reconocer a las personas por su forma de escribir, por su forma de
expresarse por escrito. La gramática correcta, la correcta
puntuación, la claridad en el decir, la buena ortografía, son para
mi sinónimo de persona con cierto grado cultural y eso fue lo que
percibí en “ Hipnotizador “.
Recuerdo
que ese día entré en la sala “cantando un tango”, ahora no
tengo en mente muy bien el por qué y para mi sorpresa, entre gente
de alrededor de treinta y cuarenta años, de distinta nacionalidad,
pero todos de habla hispana, él me cogió el ritmo, tomó mi mano
virtual y juntos seguimos tarareando “Uno”. Cada uno la estrofa
que le seguía, así, entre risas de los demás que también se
unieron, hasta que llegó el punto en que ninguno recordaba la
letra. Me contó que conocía la Patagonia y Buenos Aires y eso,
llamó mi atención. Me dejé llevar por su forma de expresión, por
su forma de escribir y comencé a buscarlo cada noche, cuando las
niñas se habían ido a dormir y Eduardo aún trabajaba en el
restaurant de enfrente te casa. Cada noche me reunía en esa sala de
chat, donde fui conociendo a otras personas que se hicieron
confidentes, personas que por unas y otras razones, se sentían solas
igual que yo, o con necesidad de un momento de dispersión tras sus
jornadas de trabajo, todas reunidas por las ganas de comunicarnos
sanamente, con corrección, con respeto.
Y
así fue, como cada noche me conectaba, una o dos horas, hasta que
oía cerrarse las persianas del restaurant y me metía en la cama
para que Eduardo no tuviese nada que decirme al llegar, como si
hablar fuera ilegal, como si por charlar un rato para distraerme
fuese un crímen. Lo cierto es que después del episodio con el joven
de veinticinco años, puso un programa espía en el ordenador que más
tarde sacó a relucir, con fotocopias de los chats, inocentes chats,
que nada podían decir de mi integridad como ser humano, pero que él
pensaba presentar ante el juez, en el momento de entrevistarnos. Una
especie de amenaza más, de accionar para asustar, para someterme
psicológicamente ante su propio momento de desolación y locura.
Hipnotizador,
tal era su nombre de usuario o “nickname”, era un hombre de
alrededor de cincuenta años, con un nivel cultural que cautivaba a
cualquiera. Durante meses se conviritió en mi virtual pareja
inseparable, ambos disfrutábamos de la compañía del otro, de
preciosas sesiones de chat que pasaron a ser íntimas por el
desaparecido Messenger.
Hipnotizador,
se convirtió en una especie de guía espiritual, que me animaba a
seguir adelante, que me daba buenos consejos, que me mimaba con una
poesía o enviándome un link con una bonita melodía. Ecléctico
musicalmente hablando, me transladaba por los géneros musicales que
más le llamaban la atención y para mi sorpresa era el tipo de
música que a mi también me agradaba. Así que, el intercambio,
resultaba de lo más placentero. Me costaba despegar de ese hombre,
dejar el chat cuando sabía que Eduardo estaba por llegar, porque
hacerlo con él me producía un gozo inmenso, una especie de caricia
al espíritu.
Llegamos
a un punto de divina locura mental, ambos nos sentíamos muy unidos
en las confidencias y sentimos la necesidad de vernos las caras. Una
tarde, estando sola en casa, conectamos las cámaras y lo vi en su
casa, desde su escritorio, sentado en su cómodo y negro sillón
giratorio. Ya sabíamos quiénes éramos por dentro o creíamos
saberlo y nos faltaba tener la certeza de que la imagen mental que
cada uno se había hecho del otro, era la real. Mi “diosa interior”
saltaba de alegría cuando aquel señor cincuentón, calvo, de gafas
y mirada verde mediterráneo, me sonreía y me invitaba a beber una
taza de té junto a él, uno de cada lado de la pantalla. Era el
papá Noël bonachón que me regalaba música, escenas de películas
protagonizadas por ambos, descriptas de tal modo que las podía
vivenciar. Me contaba de sus viajes, me hacía ver fotografías que
iba tomando en ellos y todo aquello llenaba mi espíritu, revivía mi
alma, me daba alegría, me hacía volar con la imaginación. ¿Cómo
no transformar a esta persona en un regalo de la vida, en aquel
momento mío de agonía y enfermedad matrimonial?¿ Cómo evitar
chatear con alguien que se había transformado en mi faro personal,
en el fuego que calentaba mi espíritu en las noches de fría
soledad?
Comencé
a sentirme en falta ante todos, por aquella sensación de felicidad
que disfrutaba a escondidas, por mi gozo egoísta dentro de una
familia que ya no se podía divertir junta. Me sentía “malapersona”
ante mis hijas que ya no podían compartir salidas de a cuatro en
coche recorriendo la isla en la que vivíamos y nos había acogido
desde hacía siete años. Y mis movimientos de esconder chats, cuando
ellas aparecían, hizo que se creara una alianza entre ellas y
Eduardo, que con quién sabe qué artimañas, convencía a las niñas
de que lo que su madre hacía era pecaminoso. Allí fue cuando una
noche al querer conectarme con Hipnotizador, noté que algo mal
funcionaba en el ordenador, no podía entrar en messenger, ni a las
páginas de chat, las páginas estaban bloqueadas y no podía entrar
en contacto con él y ésto me causó desesperación, como si me
hubiesen sacado la droga que tanto necesitaba. Tampoco tenía su
teléfono, nunca se me había dado por guardarlo, así que, recurrí
a una amiga del chat, de aquella sala en la que lo había cnocido,de
quien sí tenía el número y a la que llamé para que le avisara de
esto a mi amigo, le pidiera su teléfono y así poder seguir
manteniendo el contacto. De más está decir, que al otro día recibí
su llamado.
Comenzó
la primavera y mis deseos de salir a caminar, siempre pegada al
móvil, siempre pegada a su voz grave, cadenciosa, acariciante. Llegó
el verano y mis tardes de tomar sol en la terraza se convirtieron en
el momento de encuentro con este hombre que ya me hablaba con
palabras de deseo, palabras que yo también comencé a buscar.
Afuera,
en la realidad, Eduardo se volvía cada vez más loco al no poder
compartir mi gozo. Al punto de quitarme el móvil, de tratarme de
prostituta a gritos delante de las niñas, de ponerlas en mi contra,
de querer que me citara con un psicólogo. Ya todo se había
desmoronado entre nosotros y no había camino de retorno, mi mente
se había evadido de tal modo con aquella persona, que evitaba la
presencia del padre de mis hijas como podía y él, que desde
siempre me había tratado como un déspota trata a quien sumisamente
se somete por amor, estaba recibiendo de aquella manera mi pago por
el dolor causado durante años de matrimonio.
Nada
frenó sus ataques de ira, ni sus golpes contra las puertas, ni sus
gritos en plena calle que asombraban al vecindario, ni sus malos
tratos psicológicos hacia mi, ni sus rabias por mis escapadas a
hablar por teléfono a solas, nada pudo parar el ataque de locura al
que llegó, ni siquiera la policía a quien tuve que llamar para ver
a dónde se había metido el día que, para llamar mi atención y la
de nuestras hijas, desapareció de casa.
Nada
pudo parar mis deseos de huir de aquel infierno, ni mis ganas de ser
bien tratada, ni de ser comprendida, querida y mimada y seguí
adelante con aquella relación virtual que me daba a medias lo que me
merecía al completo. En un arranque de excitación mental, decidí
hacerme una documentación importante que necesitaba para tener mi
residencia en regla dentro del país y había ido postergando. Con
ese objetivo me fui a Barcelona, ocultando otro muy íntimo, el deseo
de encontrarme con Hipnotizador.
Cruzar
el mediterráneo para estar a su lado sólo me significó una hora
como mucho entre salida de un aeropuerto y llegada al otro. Y allí
estaba él, esperándome con su sonrisa radiante, sus gafas de leer,
una camisa blanca metida dentro del pantalón y una chaqueta color
beige colgada del brazo. Me miraba con arrobación, creo que a ambos
nos saltaba el corazón del pecho. Nos besamos suavemente, me dio su
mano y me acompañó a su coche impecablemente limpio, oliendo a
cedro o a una mezcla entre su perfume caro y a él. Condujo hasta el
centro de la ciudad cogiendo mi mano, soltándola apenas para hacer
los cambios de marcha, apenas hablando, las palabras no le salían de
la boca de la emoción y la verdad era que de qué íbamos a hablar
ya, después de todo lo que se había dicho. Nos bastaban las miradas
y la piel. Llegamos a un parquing cercano a las ramblas donde dejó
su coche. Me llevó hasta las oficinas que se encontraban cerca,
siempre pegado a mi, cogiendo mi cintura y yo, aferrada como si fuese
su niña. Subíamos las escaleras del edificio como si flotáramos
dentro de una burbuja, abrazándonos como niños, bajábamos en el
ascensor acalorados, mordiéndonos los labios con deseo infinito.
Acabada la mañana comimos en un restaurant pequeño pero mono y
terminamos besándonos ardientemente en el parquing donde había
dejado aparcado su coche. Mientras descansaba apoyando mi cabeza en
su regazo y él me acariciaba el cabello y la piel, me contó que
hacía años que tenía una amiga muy especial, con la que tenía una
relación libre, pero que le satisfacía. Que de vez en cuando
viajaban por el mundo juntos y que, por respeto a ella y a mi que era
una señora, debíamos despedirnos así, sin más, debíamos
despedirnos como un “padre” despide a la “niña de sus ojos”,
ingenuamente, cándidamente y así fue.
Volvimos
a comunicarnos por teléfono cada cual desde sus respectivas
residencias, pero ya nada fue lo mismo para mi, sabía que él no
haría lo que en el fondo yo deseaba que era mantener una relación
más estrecha. Con él regresaron los sueños de amor , las
ilusiones. Con él volvieron a irse. Una es una mujer sensible y los
hombres están, pasan por la vida dejando la miel en la boca,
acarician y se van. Fui su paloma herida hasta que notó principios
de sanación, cuando percibió que era capaz de volar por mi misma,
se alejó. Mi diosa estuvo de duelo un par días, sólo un par de
días, porque Hinoptizador regresó. ¿Regresó?
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