miércoles, 3 de julio de 2013

I- MI FARO ( 5 )


Una persona, un hombre a la distancia, tuvo mucha influencia en mi pedregoso camino hacia la separación definitiva. Lo conocí en una página de chat donde se reunía gente de cierto nivel cultural.
Siempre me sentí atraída por todo aquello que tuviese relación con la cultura, con el conocimiento de ideas, con la Filosofía, con la lectura, la música. Siempre, de jovencita, he sido un ratón de biblioteca, maravillada con el olor a saber que había sobre las estanterías y del que me podía impregnar cada vez que quisiera.
Me crié en un hogar donde el leer y el escuchar buena música se hacía desde que nos levantábamos hasta que nos acostábamos. Mi padre y mi madre, sin haber acabado sus estudios secundarios, pertenecieron a una generación donde cualquier expresión cultural era tremendamente reconocida y valorada y éste fue el modo de pensar que me alimentó desde que nací.

A “él”, lo escuché hablar -en realidad escribir- pero como para todos quienes nos comunicamos por chat, el decir y el escribir, se nos funden en el pensamiento. Tengo la suerte a día de hoy, de reconocer a las personas por su forma de escribir, por su forma de expresarse por escrito. La gramática correcta, la correcta puntuación, la claridad en el decir, la buena ortografía, son para mi sinónimo de persona con cierto grado cultural y eso fue lo que percibí en “ Hipnotizador “.

Recuerdo que ese día entré en la sala “cantando un tango”, ahora no tengo en mente muy bien el por qué y para mi sorpresa, entre gente de alrededor de treinta y cuarenta años, de distinta nacionalidad, pero todos de habla hispana, él me cogió el ritmo, tomó mi mano virtual y juntos seguimos tarareando “Uno”. Cada uno la estrofa que le seguía, así, entre risas de los demás que también se unieron, hasta que llegó el punto en que ninguno recordaba la letra. Me contó que conocía la Patagonia y Buenos Aires y eso, llamó mi atención. Me dejé llevar por su forma de expresión, por su forma de escribir y comencé a buscarlo cada noche, cuando las niñas se habían ido a dormir y Eduardo aún trabajaba en el restaurant de enfrente te casa. Cada noche me reunía en esa sala de chat, donde fui conociendo a otras personas que se hicieron confidentes, personas que por unas y otras razones, se sentían solas igual que yo, o con necesidad de un momento de dispersión tras sus jornadas de trabajo, todas reunidas por las ganas de comunicarnos sanamente, con corrección, con respeto.
Y así fue, como cada noche me conectaba, una o dos horas, hasta que oía cerrarse las persianas del restaurant y me metía en la cama para que Eduardo no tuviese nada que decirme al llegar, como si hablar fuera ilegal, como si por charlar un rato para distraerme fuese un crímen. Lo cierto es que después del episodio con el joven de veinticinco años, puso un programa espía en el ordenador que más tarde sacó a relucir, con fotocopias de los chats, inocentes chats, que nada podían decir de mi integridad como ser humano, pero que él pensaba presentar ante el juez, en el momento de entrevistarnos. Una especie de amenaza más, de accionar para asustar, para someterme psicológicamente ante su propio momento de desolación y locura.
Hipnotizador, tal era su nombre de usuario o “nickname”, era un hombre de alrededor de cincuenta años, con un nivel cultural que cautivaba a cualquiera. Durante meses se conviritió en mi virtual pareja inseparable, ambos disfrutábamos de la compañía del otro, de preciosas sesiones de chat que pasaron a ser íntimas por el desaparecido Messenger.




Hipnotizador, se convirtió en una especie de guía espiritual, que me animaba a seguir adelante, que me daba buenos consejos, que me mimaba con una poesía o enviándome un link con una bonita melodía. Ecléctico musicalmente hablando, me transladaba por los géneros musicales que más le llamaban la atención y para mi sorpresa era el tipo de música que a mi también me agradaba. Así que, el intercambio, resultaba de lo más placentero. Me costaba despegar de ese hombre, dejar el chat cuando sabía que Eduardo estaba por llegar, porque hacerlo con él me producía un gozo inmenso, una especie de caricia al espíritu.
Llegamos a un punto de divina locura mental, ambos nos sentíamos muy unidos en las confidencias y sentimos la necesidad de vernos las caras. Una tarde, estando sola en casa, conectamos las cámaras y lo vi en su casa, desde su escritorio, sentado en su cómodo y negro sillón giratorio. Ya sabíamos quiénes éramos por dentro o creíamos saberlo y nos faltaba tener la certeza de que la imagen mental que cada uno se había hecho del otro, era la real. Mi “diosa interior” saltaba de alegría cuando aquel señor cincuentón, calvo, de gafas y mirada verde mediterráneo, me sonreía y me invitaba a beber una taza de té junto a él, uno de cada lado de la pantalla. Era el papá Noël bonachón que me regalaba música, escenas de películas protagonizadas por ambos, descriptas de tal modo que las podía vivenciar. Me contaba de sus viajes, me hacía ver fotografías que iba tomando en ellos y todo aquello llenaba mi espíritu, revivía mi alma, me daba alegría, me hacía volar con la imaginación. ¿Cómo no transformar a esta persona en un regalo de la vida, en aquel momento mío de agonía y enfermedad matrimonial?¿ Cómo evitar chatear con alguien que se había transformado en mi faro personal, en el fuego que calentaba mi espíritu en las noches de fría soledad?
Comencé a sentirme en falta ante todos, por aquella sensación de felicidad que disfrutaba a escondidas, por mi gozo egoísta dentro de una familia que ya no se podía divertir junta. Me sentía “malapersona” ante mis hijas que ya no podían compartir salidas de a cuatro en coche recorriendo la isla en la que vivíamos y nos había acogido desde hacía siete años. Y mis movimientos de esconder chats, cuando ellas aparecían, hizo que se creara una alianza entre ellas y Eduardo, que con quién sabe qué artimañas, convencía a las niñas de que lo que su madre hacía era pecaminoso. Allí fue cuando una noche al querer conectarme con Hipnotizador, noté que algo mal funcionaba en el ordenador, no podía entrar en messenger, ni a las páginas de chat, las páginas estaban bloqueadas y no podía entrar en contacto con él y ésto me causó desesperación, como si me hubiesen sacado la droga que tanto necesitaba. Tampoco tenía su teléfono, nunca se me había dado por guardarlo, así que, recurrí a una amiga del chat, de aquella sala en la que lo había cnocido,de quien sí tenía el número y a la que llamé para que le avisara de esto a mi amigo, le pidiera su teléfono y así poder seguir manteniendo el contacto. De más está decir, que al otro día recibí su llamado.
Comenzó la primavera y mis deseos de salir a caminar, siempre pegada al móvil, siempre pegada a su voz grave, cadenciosa, acariciante. Llegó el verano y mis tardes de tomar sol en la terraza se convirtieron en el momento de encuentro con este hombre que ya me hablaba con palabras de deseo, palabras que yo también comencé a buscar.
Afuera, en la realidad, Eduardo se volvía cada vez más loco al no poder compartir mi gozo. Al punto de quitarme el móvil, de tratarme de prostituta a gritos delante de las niñas, de ponerlas en mi contra, de querer que me citara con un psicólogo. Ya todo se había desmoronado entre nosotros y no había camino de retorno, mi mente se había evadido de tal modo con aquella persona, que evitaba la presencia del padre de mis hijas como podía y él, que desde siempre me había tratado como un déspota trata a quien sumisamente se somete por amor, estaba recibiendo de aquella manera mi pago por el dolor causado durante años de matrimonio.
Nada frenó sus ataques de ira, ni sus golpes contra las puertas, ni sus gritos en plena calle que asombraban al vecindario, ni sus malos tratos psicológicos hacia mi, ni sus rabias por mis escapadas a hablar por teléfono a solas, nada pudo parar el ataque de locura al que llegó, ni siquiera la policía a quien tuve que llamar para ver a dónde se había metido el día que, para llamar mi atención y la de nuestras hijas, desapareció de casa.
Nada pudo parar mis deseos de huir de aquel infierno, ni mis ganas de ser bien tratada, ni de ser comprendida, querida y mimada y seguí adelante con aquella relación virtual que me daba a medias lo que me merecía al completo. En un arranque de excitación mental, decidí hacerme una documentación importante que necesitaba para tener mi residencia en regla dentro del país y había ido postergando. Con ese objetivo me fui a Barcelona, ocultando otro muy íntimo, el deseo de encontrarme con Hipnotizador.
Cruzar el mediterráneo para estar a su lado sólo me significó una hora como mucho entre salida de un aeropuerto y llegada al otro. Y allí estaba él, esperándome con su sonrisa radiante, sus gafas de leer, una camisa blanca metida dentro del pantalón y una chaqueta color beige colgada del brazo. Me miraba con arrobación, creo que a ambos nos saltaba el corazón del pecho. Nos besamos suavemente, me dio su mano y me acompañó a su coche impecablemente limpio, oliendo a cedro o a una mezcla entre su perfume caro y a él. Condujo hasta el centro de la ciudad cogiendo mi mano, soltándola apenas para hacer los cambios de marcha, apenas hablando, las palabras no le salían de la boca de la emoción y la verdad era que de qué íbamos a hablar ya, después de todo lo que se había dicho. Nos bastaban las miradas y la piel. Llegamos a un parquing cercano a las ramblas donde dejó su coche. Me llevó hasta las oficinas que se encontraban cerca, siempre pegado a mi, cogiendo mi cintura y yo, aferrada como si fuese su niña. Subíamos las escaleras del edificio como si flotáramos dentro de una burbuja, abrazándonos como niños, bajábamos en el ascensor acalorados, mordiéndonos los labios con deseo infinito. Acabada la mañana comimos en un restaurant pequeño pero mono y terminamos besándonos ardientemente en el parquing donde había dejado aparcado su coche. Mientras descansaba apoyando mi cabeza en su regazo y él me acariciaba el cabello y la piel, me contó que hacía años que tenía una amiga muy especial, con la que tenía una relación libre, pero que le satisfacía. Que de vez en cuando viajaban por el mundo juntos y que, por respeto a ella y a mi que era una señora, debíamos despedirnos así, sin más, debíamos despedirnos como un “padre” despide a la “niña de sus ojos”, ingenuamente, cándidamente y así fue.
Volvimos a comunicarnos por teléfono cada cual desde sus respectivas residencias, pero ya nada fue lo mismo para mi, sabía que él no haría lo que en el fondo yo deseaba que era mantener una relación más estrecha. Con él regresaron los sueños de amor , las ilusiones. Con él volvieron a irse. Una es una mujer sensible y los hombres están, pasan por la vida dejando la miel en la boca, acarician y se van. Fui su paloma herida hasta que notó principios de sanación, cuando percibió que era capaz de volar por mi misma, se alejó. Mi diosa estuvo de duelo un par días, sólo un par de días, porque Hinoptizador regresó. ¿Regresó?


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