lunes, 1 de julio de 2013

I- LA PRIMERA PÁGINA ( 3 )

Aquí me tenéis, para contaros lo que es la vida de una mujer divorciada, con dos hijas adolescentes, que tiene un trabajo bonito (gracias al cielo) y un par de amigas que le ayudan a ser fuerte, sobre todo en cuanto a relaciones entre sexos se refiere. Para contaros lo que seguro, no os animáis a contar y que no me cabe ninguna duda de que compartiréis como propio.
Mujer de esta época, que se conecta a facebook cada tarde para cotillear lo que sucede, pero que a la vez, no puede hacerlo demasiado tiempo, un poco por ser temperamentalmente inquieta, un poco por el "deber" de ser madre, un poco por el trabajo en la casa, etc., etc.
Y al respecto de Internet os quiero hablar. Me mantengo conectada con la familia, que como ya sabéis, he dejado en América; chateo con gente del pueblo que he conocido por mi trabajo, con compañeras de trabajo y poco más. Y desde que me divorcié me inscribí en una de esas páginas de "encontrar pareja". Sí, como le explico a mi madre, que no entiende lo que hago, prefiero conocer a las personas desde adentro, antes que hacerlo en la calle o en un bar, porque, por otro lado, soy poco salidora.
¿Cómo comencé con esto de Internet? Os lo voy a contar...
El regalo de mi hija mayor de comunión, fue un ordenador. Hasta el momento, sólo había trabajado con ellos como administrativa y de esto hacía una veintena de años atrás. Con lo cual, puede decirse que no estaba demasiado al tanto de nada, pero, como buena lectora, sabía de "oidas". La llegada del ordenador a casa coincidió con ese declive de pareja que os comenté. Llevábamos cuatro años de convivencia en el pueblo de Europa que ya sabéis. El padre de mis hijas, nunca logró madurar y siempre he necesitado admirar al hombre que tengo a mi lado. Ser madre de tres niños es dificil. Criar a dos hijas, con la colaboración de un hombre inmaduro, más aún. Intentar salvarlo de sus problemas económicos, llevar la casa casi sin su ayuda, ya me diréis vosotras, lo que es. Es estar casada, sin estarlo. Es deber ser una esposa, siendo más que nada una madre. Es, triste. La imagen masculina se derrumba, se cae en mil pedazos y una está tan agotada de andar, que no tiene ya más ánimo de recoger. Así que comencé a alejarme de él poco a poco, ya no charlábamos como al principio, las comunicaciones comenzaron a ser sólo a gritos y todo se centró en un círculo difícil de salir. Él cometía errores económicos por su inmadurez, yo dejaba de admirarlo, me alejaba, él pretendía de mi lo que todo hombre desea de su mujer y yo más me alejaba. Necesitaba a gritos volver a vivir con aquel joven del que me enamoré, necesitaba su apoyo, su calor, sentirme reconocida, sus palabras...
El ordenador fue la vía de escape. Mi hija Candela tenía once años y me invitó a jugar en una página de dibujitos donde se podían construir casitas y allí entré, un poco para saber dónde se estaba metiendo, desconfiaba bastante de todo lo que pudiese suceder en ese medio, un poco por mi eterna curiosidad de niña inquieta. No me pareció malo el sitio. Se trataba justamente de eso, de pintar, decorar casitas, hacerte un avatar y manenjarlo. Cada avatar estaba dirigido por alguien, por un "ser humano" y me entusiasmé como la mejor de las adolescentes. Después de hacer los deberes con mis hijas, nos sentábamos las dos a construir nuestras casas, comprar muebles, cambiándolos con otros avatares, etc. Era como un mundillo de buenos y malos, pero nadie podía hacer daño a nadie, porque no había nada que te hiciese descubrir lo que había detrás de ese "dibujo-personita" que bailaba, saludaba, caminaba y se sentaba. Recuerdo que creamos juntas una agencia de modelos, que reunía a un centenar de "empleaditos", modelos, fotógrafos, ayudantes, profesores de pasarela y demás, todos de la misma edad que mi hija o dos años mayores, nada peligroso. Entre ellos, había un muñequito, de quien ahora no recuerdo bien su nombre, que entraba casi todos los días a las ocho de la tarde, se sentaba en un banco en el mostrador de la agencia y se comunicaba conmigo. Yo, la madre de mi hija, era la Directora de la Agencia de modelos "Katya". Hacer eso me permitía evadirme de mi mundo real, me hacía liberar tensiones, recíbía palabras de afecto y estaba él, que sólo tenía palabras de aliento para mi. "Lo haces muy bien, Katya", "Adelante, Katya", "Eres un encanto de persona"... Comencé a sospechar de que no se trataba de un niño de la edad de mi hija, sino de alguien mayor, por su forma bastante correcta de escribir. Igual seguí el juego, sin darle mucha importancia a este avatar, hasta que llegado el fin del mes de julio de aquel año, me enteré de que me quedaba sin trabajo. La tristeza de la pérdida del trabajo se sumaba a la mala relación con mi pareja, mi mundo se desmoronaba, pero como mi espíritu siempre ha sido optimista y de las que siempre ve el vaso medio lleno, aún en semejantes momentos de crisis, decidí que tenía que salir adelante y aquella tarde, sintiéndome pésimamente mal, me conecté en la página de chat, para decirle a mis "empleaditos", que no me sentía bien y que iba a estar algunos días sin entrar a aquella sala-agencia de modelos. Él, el "muñequito", el avatar que siempre entraba a las ocho de la tarde, me ofreció una charla íntima en su "casa virtual", una sala que se podía cerrar con un candado virtual y que impedía que otra gente se comunicara con nosotros. Así, supe que tenía veinticinco años, que trabajaba como informático, y que, al igual que todos, buscaba en esa página un poco de distracción y tal vez, lo que en su vida real, por sus motivos personales, le estaba negado. Comenzamos un diálogo distendido, contándonos nuestras historias, mis problemas de pareja, sus gustos, mis tristezas. Los meses fueron pasando y mi necesidad de conectarme y de hablar con él fueron creciendo a medida que me iba alejando de mi ex marido. Llegando al punto de obsesionarnos tanto el uno con el otro, que sentimos que debíamos conocernos en persona. Atrás quedó el juego infantil de la agencia virtual, y por delante un mundo de sensaciones compartidas a través del chat. Ya no se podía hablar de ciertas cosas personales en aquella página, así que me invitó a abrirme una cuenta en messenger, y cada noche, cuando las niñas se iban a dormir y mi marido aún trabajaba en el restaurant de enfrente de casa, me conectaba con él para compartir música, ver páginas que nos agradaban, a escribirnos poesías , a hablarnos de lo que sentíamos el uno por el otro. Hasta que una tarde de lunes, totalmente atormentada, y sabiendo que lo que estaba sucediendo dentro mío no podía ser porque me sentía engañando al padre de mis hijas, le comenté lo que había estado haciendo todo ese tiempo con el fin de que se diese cuenta de que lo necesitaba como marido, de que mi falta de comunicación con él se debía a su falta de tacto, a su comportamiento indebido como adulto padre de sus hijas, a su falta de afecto conmigo y a la forma grosera en que me estaba tratando. De más está decir, que al anunciarle que el chico quería conocerme personalmente, perdió totalmente el norte y aprovechó la ocasión para insultarme, maltratarme en todo momento, en todo lugar, a cualquier hora del día, delante de mis hijas, irrumpiendo en el cuarto, que a esas alturas compartía con la pequeña, sin importarle que fuesen las cuatro de la mañana cuando la niña debía despertarse a las siete. Dos adultos volviéndose locos, dos niñas en medio, los insultos, los platos estrellándose en el suelo, los gritos de las pequeñas pidiendo clemencia.
Dejé de hablar con aquel joven, le pedí disculpas por haber llegado a alentarlo en una relación que me parecía ilógica tanto por la forma como por nuestra diferencia de edad. Le agradecí los buenos momentos compartidos, la comunicación bonita, los buenos modales virtuales, en fin, le agradecí el haberme dado el calor que tanto me faltaba en mi relación con aquel hombre que cada vez me hacía más imposible la vida, con aquel hombre que me usó como chivo expiatorio de sus pecados terrenales, de sus conflictos en el trabajo, de sus pérdidas inconfesables de dinero, con aquel hombre que dejó hasta de comportarse como el padre que debía ser para las niñas. E intenté recomponer todo lo que ya estaba perdido, lo que nunca más pudo reconstruirse y que acabó en el divorcio total, porque las personas somos como guantes de látex. Llega un día que de tanto estirar y estirar, éste se fisura y de allí a que cada uno se quede con una parte, hay pocos segundos.
Y así fueron nuestros últimos días en familia, días infernales donde nadie comía ni a la hora de comer, ni a la hora de cenar, donde las ojeras por la falta de sueño, delataban horas de agresión psicológica vividas, donde la desautorización de la madre delante de las hijas se hizo moneda corriente, donde los gritos hacían ponerse alerta a los vecinos que se anunciaban dispuestos a socorrernos a la hora que fuese necesaria, donde el cuerpo somatizaba lo que la mente no podía hacer frente. Así fueron los últimos meses de una vida en común que en algunos momentos creimos para toda la vida.

Así fueron los últimos meses de una familia que se cobijó en el chat. Que encontró en Internet la vía de escape y no sólo estoy hablando de mi. Descubrí que él, mientras yo no estaba en casa, mientras trabajaba en un nuevo sitio para seguir sacando adelante a la familia, descubrí que él también comenzaba a hacer uso de páginas "de encuentros de pareja" y que por otro lado, bloqueaba las páginas por donde yo podía conocer a gente, sin importarme el sexo, porque lo que necesitaba entonces era salir de mi frustrante realidad y a la vez asumirla como tal y no me sentía dispuesta a contarle mis penurias a la gente que me rodeaba día a día, esa gente demasiado tenía ya con sus vidas, como para verme llorar a mi, así que, buscaba de cualquier modo que pudiese, hacerlo por internet, desde mi sitio frente a una pantalla, donde podía despotricar contra el hombre que me angustiaba sin que nadie me mirase de frente, ni lo conociese a él. También fue en aquella época que, a través de aquella página a la que entré como invitada de mi hija, en salas donde no se admitía la presencia de menores, conocí a gente que con el correr de los años se han hecho amigos y amigas entrañables y aún me dan su cariño a la distancia.

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