Aquí
me tenéis, para contaros lo que es la vida de una mujer divorciada,
con dos hijas adolescentes, que tiene un trabajo bonito (gracias al
cielo) y un par de amigas que le ayudan a ser fuerte, sobre todo en
cuanto a relaciones entre sexos se refiere. Para contaros lo que
seguro, no os animáis a contar y que no me cabe ninguna duda de que
compartiréis como propio.
Mujer
de esta época, que se conecta a facebook cada tarde para cotillear
lo que sucede, pero que a la vez, no puede hacerlo demasiado tiempo,
un poco por ser temperamentalmente inquieta, un poco por el "deber"
de ser madre, un poco por el trabajo en la casa, etc., etc.
Y
al respecto de Internet os quiero hablar. Me mantengo conectada con
la familia, que como ya sabéis, he dejado en América; chateo con
gente del pueblo que he conocido por mi trabajo, con compañeras de
trabajo y poco más. Y desde que me divorcié me inscribí en una de
esas páginas de "encontrar pareja". Sí, como le explico a
mi madre, que no entiende lo que hago, prefiero conocer a las
personas desde adentro, antes que hacerlo en la calle o en un bar,
porque, por otro lado, soy poco salidora.
¿Cómo
comencé con esto de Internet? Os lo voy a contar...
El
regalo de mi hija mayor de comunión, fue un ordenador. Hasta el
momento, sólo había trabajado con ellos como administrativa y de
esto hacía una veintena de años atrás. Con lo cual, puede decirse
que no estaba demasiado al tanto de nada, pero, como buena lectora,
sabía de "oidas". La llegada del ordenador a casa
coincidió con ese declive de pareja que os comenté. Llevábamos
cuatro años de convivencia en el pueblo de Europa que ya sabéis. El
padre de mis hijas, nunca logró madurar y siempre he necesitado
admirar al hombre que tengo a mi lado. Ser madre de tres niños es
dificil. Criar a dos hijas, con la colaboración de un hombre
inmaduro, más aún. Intentar salvarlo de sus problemas económicos,
llevar la casa casi sin su ayuda, ya me diréis vosotras, lo que es.
Es estar casada, sin estarlo. Es deber ser una esposa, siendo más
que nada una madre. Es, triste. La imagen masculina se derrumba, se
cae en mil pedazos y una está tan agotada de andar, que no tiene ya
más ánimo de recoger. Así que comencé a alejarme de él poco a
poco, ya no charlábamos como al principio, las comunicaciones
comenzaron a ser sólo a gritos y todo se centró en un círculo
difícil de salir. Él cometía errores económicos por su inmadurez,
yo dejaba de admirarlo, me alejaba, él pretendía de mi lo que todo
hombre desea de su mujer y yo más me alejaba. Necesitaba a gritos
volver a vivir con aquel joven del que me enamoré, necesitaba su
apoyo, su calor, sentirme reconocida, sus palabras...
El
ordenador fue la vía de escape. Mi hija Candela tenía once años y
me invitó a jugar en una página de dibujitos donde se podían
construir casitas y allí entré, un poco para saber dónde se estaba
metiendo, desconfiaba bastante de todo lo que pudiese suceder en ese
medio, un poco por mi eterna curiosidad de niña inquieta. No me
pareció malo el sitio. Se trataba justamente de eso, de pintar,
decorar casitas, hacerte un avatar y manenjarlo. Cada avatar estaba
dirigido por alguien, por un "ser humano" y me entusiasmé
como la mejor de las adolescentes. Después de hacer los deberes con
mis hijas, nos sentábamos las dos a construir nuestras casas,
comprar muebles, cambiándolos con otros avatares, etc. Era como un
mundillo de buenos y malos, pero nadie podía hacer daño a nadie,
porque no había nada que te hiciese descubrir lo que había detrás
de ese "dibujo-personita" que bailaba, saludaba, caminaba y
se sentaba. Recuerdo que creamos juntas una agencia de modelos, que
reunía a un centenar de "empleaditos", modelos,
fotógrafos, ayudantes, profesores de pasarela y demás, todos de la
misma edad que mi hija o dos años mayores, nada peligroso. Entre
ellos, había un muñequito, de quien ahora no recuerdo bien su
nombre, que entraba casi todos los días a las ocho de la tarde, se
sentaba en un banco en el mostrador de la agencia y se comunicaba
conmigo. Yo, la madre de mi hija, era la Directora de la Agencia de
modelos "Katya". Hacer eso me permitía evadirme de mi
mundo real, me hacía liberar tensiones, recíbía palabras de afecto
y estaba él, que sólo tenía palabras de aliento para mi. "Lo
haces muy bien, Katya", "Adelante, Katya", "Eres
un encanto de persona"... Comencé a sospechar de que no se
trataba de un niño de la edad de mi hija, sino de alguien mayor, por
su forma bastante correcta de escribir. Igual seguí el juego, sin
darle mucha importancia a este avatar, hasta que llegado el fin del
mes de julio de aquel año, me enteré de que me quedaba sin trabajo.
La tristeza de la pérdida del trabajo se sumaba a la mala relación
con mi pareja, mi mundo se desmoronaba, pero como mi espíritu
siempre ha sido optimista y de las que siempre ve el vaso medio
lleno, aún en semejantes momentos de crisis, decidí que tenía que
salir adelante y aquella tarde, sintiéndome pésimamente mal, me
conecté en la página de chat, para decirle a mis "empleaditos",
que no me sentía bien y que iba a estar algunos días sin entrar a
aquella sala-agencia de modelos. Él, el "muñequito", el
avatar que siempre entraba a las ocho de la tarde, me ofreció una
charla íntima en su "casa virtual", una sala que se podía
cerrar con un candado virtual y que impedía que otra gente se
comunicara con nosotros. Así, supe que tenía veinticinco años, que
trabajaba como informático, y que, al igual que todos, buscaba en
esa página un poco de distracción y tal vez, lo que en su vida
real, por sus motivos personales, le estaba negado. Comenzamos un
diálogo distendido, contándonos nuestras historias, mis problemas
de pareja, sus gustos, mis tristezas. Los meses fueron pasando y mi
necesidad de conectarme y de hablar con él fueron creciendo a medida
que me iba alejando de mi ex marido. Llegando al punto de
obsesionarnos tanto el uno con el otro, que sentimos que debíamos
conocernos en persona. Atrás quedó el juego infantil de la agencia
virtual, y por delante un mundo de sensaciones compartidas a través
del chat. Ya no se podía hablar de ciertas cosas personales en
aquella página, así que me invitó a abrirme una cuenta en
messenger, y cada noche, cuando las niñas se iban a dormir y mi
marido aún trabajaba en el restaurant de enfrente de casa, me
conectaba con él para compartir música, ver páginas que nos
agradaban, a escribirnos poesías , a hablarnos de lo que sentíamos
el uno por el otro. Hasta que una tarde de lunes, totalmente
atormentada, y sabiendo que lo que estaba sucediendo dentro mío no
podía ser porque me sentía engañando al padre de mis hijas, le
comenté lo que había estado haciendo todo ese tiempo con el fin de
que se diese cuenta de que lo necesitaba como marido, de que mi
falta de comunicación con él se debía a su falta de tacto, a su
comportamiento indebido como adulto padre de sus hijas, a su falta de
afecto conmigo y a la forma grosera en que me estaba tratando. De más
está decir, que al anunciarle que el chico quería conocerme
personalmente, perdió totalmente el norte y aprovechó la ocasión
para insultarme, maltratarme en todo momento, en todo lugar, a
cualquier hora del día, delante de mis hijas, irrumpiendo en el
cuarto, que a esas alturas compartía con la pequeña, sin
importarle que fuesen las cuatro de la mañana cuando la niña debía
despertarse a las siete. Dos adultos volviéndose locos, dos niñas
en medio, los insultos, los platos estrellándose en el suelo, los
gritos de las pequeñas pidiendo clemencia.
Dejé
de hablar con aquel joven, le pedí disculpas por haber llegado a
alentarlo en una relación que me parecía ilógica tanto por la
forma como por nuestra diferencia de edad. Le agradecí los buenos
momentos compartidos, la comunicación bonita, los buenos modales
virtuales, en fin, le agradecí el haberme dado el calor que tanto me
faltaba en mi relación con aquel hombre que cada vez me hacía más
imposible la vida, con aquel hombre que me usó como chivo expiatorio
de sus pecados terrenales, de sus conflictos en el trabajo, de sus
pérdidas inconfesables de dinero, con aquel hombre que dejó hasta
de comportarse como el padre que debía ser para las niñas. E
intenté recomponer todo lo que ya estaba perdido, lo que nunca más
pudo reconstruirse y que acabó en el divorcio total, porque las
personas somos como guantes de látex. Llega un día que de tanto
estirar y estirar, éste se fisura y de allí a que cada uno se quede
con una parte, hay pocos segundos.
Y
así fueron nuestros últimos días en familia, días infernales
donde nadie comía ni a la hora de comer, ni a la hora de cenar,
donde las ojeras por la falta de sueño, delataban horas de agresión
psicológica vividas, donde la desautorización de la madre delante
de las hijas se hizo moneda corriente, donde los gritos hacían
ponerse alerta a los vecinos que se anunciaban dispuestos a
socorrernos a la hora que fuese necesaria, donde el cuerpo somatizaba
lo que la mente no podía hacer frente. Así fueron los últimos
meses de una vida en común que en algunos momentos creimos para
toda la vida.
Así
fueron los últimos meses de una familia que se cobijó en el chat.
Que encontró en Internet la vía de escape y no sólo estoy hablando
de mi. Descubrí que él, mientras yo no estaba en casa, mientras
trabajaba en un nuevo sitio para seguir sacando adelante a la
familia, descubrí que él también comenzaba a hacer uso de páginas
"de encuentros de pareja" y que por otro lado, bloqueaba
las páginas por donde yo podía conocer a gente, sin importarme el
sexo, porque lo que necesitaba entonces era salir de mi frustrante
realidad y a la vez asumirla como tal y no me sentía dispuesta a
contarle mis penurias a la gente que me rodeaba día a día, esa
gente demasiado tenía ya con sus vidas, como para verme llorar a mi,
así que, buscaba de cualquier modo que pudiese, hacerlo por
internet, desde mi sitio frente a una pantalla, donde podía
despotricar contra el hombre que me angustiaba sin que nadie me
mirase de frente, ni lo conociese a él. También fue en aquella
época que, a través de aquella página a la que entré como
invitada de mi hija, en salas donde no se admitía la presencia de
menores, conocí a gente que con el correr de los años se han hecho
amigos y amigas entrañables y aún me dan su cariño a la distancia.
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