sábado, 23 de enero de 2010

MARIPOSAS.-

Siempre me han asombrado las mariposas. De niña me maravillaban sus colores, la fragilidad de sus alas, el vuelo libre a donde las llevara el viento y su función de “agentes” de preservación de la naturaleza. Tan pequeñas, tan importantes…

No podía entender que hubiese personas capaces de matarlas “delicadamente” con el fin de tenerlas expuestas ordenadamente en una vitrina.

Llegó el momento de comenzarlas a “sentir en el estómago” al ver pasar a aquel chico que me cortaba la respiración... Y con el tiempo hubo una época de dar fruto, no sin antes sentirlas “revoloteando” en el vientre durante nueve meses…

Mariposas, siempre mariposas…

Cada día de esta, mi vida, cobró forma de insecto. Los hubo de luciérnagas curiosas, pesados como moscas, productivos como abejas, días que me clavaron el aguijón envenenado…

Y a mitad de camino y por un capricho del destino, volví a sentir las alas delicadas de las mariposas, formando un corazón multicolor que me hizo renacer al sentimiento, que me hizo vibrar a medida que avanzaba la primavera… Nuevamente era esa niña inocente, tierna, dispuesta a entregar el alma, ilusionada… Mis mariposas se permitieron volar y lo hicieron tan bellamente que ardían los ojos al verlas pasar.

Pero el coleccionista de mariposas decidió que habían volado demasiado tiempo y que había que detenerlas y las fue atrapando una a una y muy suavemente, como para no dañar la belleza que poseían, las fue adormeciendo, hasta que, en el último suspiro, quedaron expuestas ordenadamente en una caja de cristal. Cada día limpia con esmero el cristal para que se pueda admirar su belleza, las recuenta para que no falte ninguna, las protege a su especial modo… Se engaña a sí mismo, pensando que de esa forma permanecerán intactas de por vida…

Ahora las puedes ver allí, a todas y a cada una, clavaditas sus alas con alfileres, formando hileras, dejando el exacto espacio milimetrado entre unas y otras, como tumbas de cementerio… Las puedes ver allí, habiendo dejado atrás en cada corola, en cada pétalo del espíritu, el deseo escondido de permanecer, por siempre en vuelo, para formar corazones multicolores.

Mariposas, siempre mariposas… Mariposas de pena.-

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